Subimos despacio la florida colina que lleva al cementerio blanco de Mahdia, en Túnez.
Es una sensación contradictoria observar las tumbas que contienen la muerte de los cuerpos y al mismo tiempo la belleza de este sitio tan vivo.
Otra pareja, que desciende, nos avisa de la presencia de una niña en mitad del camino. Ella se acerca con una flor y después te pide una moneda. Continúo el ascenso con la intención de no hacerle caso.
Llegamos junto a la niña que, fingiendo un acto imprevisto, me entrega la flor.
Entonces mi compañero espontáneamente le entrega otra flor. Los tres sonreímos y continuamos el camino juntos.
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